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miércoles, marzo 14, 2007

Colombia es más que fútbol

En mi infancia nunca sentí un amor entrañable por el deporte, cosa que atribuyo a dos razones: desde muy pequeña sufro de Bronquitis Asmática y por lo general no puedo correr, ni trotar, ni saltar mucho, por lo que escogí la natación como deporte bandera; y por que en las tardes cuando me dedicaba a descansar de una agotadora semana académica, mi padre y mis tíos me despertaban con un aterrador grito de “¡Hijueputa gol!” o “!Gol hijueputa!” dependiendo de quien anotara.

Pero no niego también que fueron muchas las tardes en las que el fútbol alegraba mi vida, eran tardes en las que me sentía la mejor arquera del mundo cuando con los demás niños de la cuadra jugábamos un picadito hasta sudar lo suficiente o, en mi caso hasta toser a reventar. Recuerdo que curiosamente era una niña la estrella de la cancha, Lina, “la machorra” como le decían por ser tan tesa en un deporte de “machos”, se meliaba, ordeñaba y goleaba a todo cuanto niño se le atravesara en el camino.

Recuerdo también como grité el día que “mi Nacional del alma” como ha sido siempre gracias a mi padre, ganó la Copa Libertadores de América, los carros pitaban, las banderas ondeaban y aunque no entendía mucho gritaba porque la alegría del Nacional me alegraba, me enorgullecía de ver a mi padre, mis tíos, mis vecinos, a todo el mundo feliz…

Creo que de ahí nació mi amor por ese equipo, por el que he gritado, me he reído, he alegado y he llorado; por el que creo que el deporte es bello, bueno, que incentiva y que motiva.
Es por el único equipo por el que he ido al estadio a ver un partido, sentada en preferencia con mi padre viendo a todo el mundo sonreír, gritar, silbar, bailar, saltar, insultar, alegrarse y entristecerse; pero cuando el deporte era diversión.

Aunque por esa alegría y por esa emoción no entiendo cómo el deporte puede llegar a ser un acto violento, donde mi contrario es mi enemigo, me entristece eso, que la diversión se convierta en tristeza, amargura y sangre… en la cancha, en la tribuna o en la calle.

A TRAVÉS DE LA CENIZA

Existe una necesidad básica en los seres humanos por acercarse a lo desconocido y conocer el futuro. Una de nuestras periodistas se adentró en este mundo misterioso y se realizó una lectura del cigarrillo, enfrentando sus propios miedos y develando un futuro entre el dolor y el amor.


Todos alguna vez nos hemos preguntado por lo incierto, aquello que vendrá y no conocemos. El futuro siempre ha sido un enigma para muchos, por generaciones los humanos hemos buscado respuestas a las preguntas sobre qué pasará más adelante y algunas cosas han resultado aparentemente efectivas para lograrlas. El tabaco, el tarot, las líneas de la mano, las estrellas, los astros, los planetas, el chocolate…

Fue por eso que acudí a una esoterista de bajo perfil que vende productos de magia blanca —velones, esencias y otra cantidad de cosas para mantener la armonía entre alma y cuerpo— para que me leyera el cigarrillo. Muchas preguntas me embargaban, el amor, el trabajo, el estudio, la familia, las relaciones personales, la salud, la muerte… pero muy especialmente si sería verdad o no.

La tienda esotérica de Gloria huele a esencia de canela mezclada con jazmín. Es tenue, casi a media luz podría decirse. Es pequeña, sus paredes están cubiertas con vitrinas que, a su vez, contienen velas de distintos colores y fragancias, frascos de esencias, pirámides de parafina y piedras con las que se atraen las energías. En el fondo está su oficina, es una tabla improvisada que tapa la visión de quien esté en el almacén, un escritorio, dos sillas, un butaco, un teléfono y en cerámica tres oraciones: el “Padre Nuestro”, la “Bendición del hogar” y la “Bendición del negocio”. Ella es una mujer de piel morena, con rasgos aindiados y cabello corto, con un aire maternal pero con cierta picardía.

Me hace sentar frente a ella, al lado derecho de su escritorio, y me pide que encienda un cigarrillo Piel Roja sin filtro que sabe a mil demonios, no sin antes hacerle una oración en susurro que no logré escuchar.

Empecé a fumar como pude, mejor dicho, como fumamos los que no sabemos hacerlo, y ella seguía igual de concentrada. Me preguntó mi nombre, si tenía pareja, que hace cuánto. Me extendió la mano y me recibió el cigarrillo, lo miró con aprobación y dijo: “veo éxito, veo hombres, casados, solteros, separados que están detrás de usted” y siguió enumerando ciertas características: que gordos, que flacos, que monos, que negros; del trabajo o del estudio, éste que todavía no conoces, el que conocerás en un paseo o en la calle, que a éste te lo presentará una amiga, que la decisión va a ser difícil pero que el que me conviene ya lo conozco, que cuidado con un embarazo.

Y así, después pasó al estudio, que será un semestre productivo y que para el próximo año habrá un buen trabajo.

“Tendrás un luto muy difícil, muy doloroso, que te va a hacer llorar mucho, creo que es un amigo muy querido, eso tendrás que aprenderlo a asumir” y me miró con tristeza o con solidaridad, no sé.

Me dijo que no votara caspa siéndole fiel a alguien porque esas personas mal pagan, que disfrutara la vida y que le creyera porque eso era mi futuro: éxito pero también dolor. Que mi vida el próximo año no iba a ser fácil pero que tenía que enfrentarlo como viniera.

Después una mujer entró y fume un poco más. Me dijo que en este momento mi cabeza daba vueltas entre el amor pasado y el presente y que tenía que ponerme pilas porque eso afectaba mi vida…

Por último me dijo que mucho cuidado con un embarazo, que lo veía, sólo que no sabía que tan cercano, que me cuidara porque sabía que eso podría dañarme la vida, que disfrutara del amor en todo momento y que hiciera de mi juventud el mejor momento de mi vida. Que si de pronto quedaba en embarazo y decidía no tenerlo ella podía ayudarme con el “problemita” sin dolor ni mayores contratiempos.

“Es mejor que se cuide, mi niña, porque eso no es bueno para nadie, a otras personas les he ayudado con lo mismo, claro, si querés puedo hacerlo. Nunca me equivoco, pero hay cosas que se pueden evitar así que pilas pues, a cuidarse”.

Tomé un poco de aire para asimilar lo que me dijo y de paso para quitarme el fastidio que me produjo el cigarrillo. Pagué y me despedí. Ella me dijo que siempre a la orden y que volviera a contarle si tenia razón o no.

Esto pareció más un consejo de madre que una consulta con el futuro, algunas cosas ya las sabía pero no las tenía claras y otras eran normales que sucedieran, lo de los hombres, en cambio, me pareció un poco exagerado.

Salí de allí con la esperanza de que muchas cosas no pasaran, pero creyendo como siempre que el poder está en mi mente, que si no lo quiero no pasa, que hay cosas que se pueden evitar y que hay cosas que se pueden provocar.

No niego que un sin sabor me dejó algo preocupada, porque si ella no tuviera razón no tendría porque saber cosas de mi pasado y de mi presente. Pero el devenir puede ser sólo algo casual, una cuestión de azar, algo que sólo podré descubrir en el futuro.

El señor del teatro en La Ceja

En el municipio de La Ceja del Tambo, en Antioquia a una hora y media de Medellín, en el fervoroso pueblo devoto a la Virgen del Carmen nació Darío Soto Cortés hace muchos años como él mismo lo dice.

Él descubrió su vocación desde la escuela, cuando tenía más o menos 12 años y representó a Simón Bolívar, el Liberador, frente a un numeroso público y más que Darío, el niño sumiso pero payaso, se sintió el más honorable de los hombres que haya podido pisar tierra bolivariana.

Fue así como encontró en el teatro la calma para sus deseos, se encontró que “no servía sino pa´ eso, porque hay vidas miserables y uno quiere siempre mamarle gallo a la vida” dice entre risas.

Después de Bolívar empezó a hacer mímicas de Sandro el cantante de los años 60´s y lo hacia muy bien le aseguraban muchos de sus ya seguidores, luego vinieron los cuentos y chistes en público que lo dejaban bien parado ante su municipio.

Con 17 años cumplidos fundó el primer grupo de teatro en La Ceja llamado “Los comunes” donde era el director y el actor principal, después de éste fueron creados por idea suya el “Teatro siglo XX” y “TAFFI”.

Algunos años después tomó la que sería la decisión más difícil de su vida, convertirse en un mimo callejero y recorrer en esta condición todo el país: Bogotá, Calí, Pasto, Medellín, Bucaramanga y Barranquilla fueron sus principales plazas; pero cuando llegó a esta última ciudad su vida cambió.

“Yo desde siempre sabía que llevaba un caribe dentro” -dice, y ahí lo comprobó, sobre todo cuando asistió al primer Carnaval, porque se encontró con un evento fálico, donde el desorden, el deseo sexual, la carnalidad y la seducción eran los principales ingredientes de aquella felicidad tan conocida a través de los medios pero tan desconocida a la vez, porque como continúa diciendo “ese carnaval no vasta con verlo, hay que vivirlo”.

Fueron veinte años los que Darío Soto vivió en la ciudad costera, años en los que a la par del teatro se dedicó a la academia, asistió a una serie de talleres de formación con maestros de talla nacional e internacional, cursó Dirección escénica con el maestro Luis Miguel Clement del Teatro Fronterizo de España, Iniciación a la pantomima, entre otros muchos cursos en los que tuvo oportunidad de participar; de ahí que haya sido profesor de teatro de la Universidad CUC y tallerista de la Universidad del Atlántico y que sea uno de los pocos antioqueños con tarjeta profesional de actor y director.

En Barranquilla logró lo máximo a nivel profesional: crear la agrupación “Teatro y Títeres La Carreta”, agrupación que llegó a pertenecer a la lista de los diez mejores grupos de teatro del país e inscribirla a la Asociación de Titiriteros de Colombia.

Veinte años después de conocer Barranquilla Darío Soto se devuelve a su tierra natal, La Ceja del Tambo, lugar que lo vió crecer y al que le agradece además de su infancia el ayudarle a descubrir su vocación.

Hace cinco años fundó “Teatro y Títeres La Carreta” en La Ceja y “Máscaras y Paradojas”, además impulsó el ánimo de los cejeños y su amor al teatro celebrando allí el “Día Internacional del Teatro” que el 27 de marzo pasado llegó a su sexta versión.

Alumnos suyos le agradecen el estar posicionados como los mejores actores en Medellín y Municipios aledaños y por brindarle a La Ceja una buena imagen en los festivales locales y regionales de esta índole.

Aunque el maestro Soto encuentra en el municipio de La Ceja del Tambo dificultades atroces en la inversión Cultural, falta de dinero para las obras, los vestuarios, los escenarios y los desplazamientos es uno de los problemas más grandes que se presentan en materia de teatro.

Es por eso que siente que devolverse a La Ceja fue un error porque “acabé con la historia de 20 años con la historia de uno de los grupos más prometedores del país” asegura con expresión de angustia y melancolía.

“Claro que me devolvería para Barranquilla pero sé que el movilizarme de un lugar a otro hace parte de la itinerancia del gran actor donde uno llega sabe que se tiene que ir, y donde uno llegue sabe que tiene que amar el arte y enseñarlo y vivirlo”.