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viernes, junio 23, 2006

¡que figurita!

En el centro de Medellín, en la plazoleta botero son muchos los fotógrafos que desempeñan allí su labor, una fotico para el recuerdo nunca sobra en los álbumes de los turistas que cada día visitan la ciudad, o de los enamorados que recorren el mágico lugar y quieren verse entre las esculturas del gran hombre que ha representado esta tierra en todo el mundo.
Uno de ellos, el más particular es Figurita. Con un sombrero ya muy viejo con una cinta de la bandera de Colombia, una espesa y larga barba canosa y un atuendo fuera de moda hacen que las miradas no lo puedan esquivar fácilmente.
Toda la mañana recorre la plazoleta en busca de los clientes que lo deben estar esperando, fotos que tomar y que entregar, el sol pica fuerte sobre su cuerpo cansado por los malos tiempos, el calor y por los años… recorre también el centro para localizar los sitios más baratos de revelado en la ciudad, de acá para allá se muere su mañana, llega la hora del almuerzo que siempre ocurre en el mismo lugar. El ritual de siempre, se quita el sombrero y lo empaca en una bolsa plástica negra, lo pone sobre la nevera de gaseosas que exhibe en el lugar los productos de todas las marcas de este tipo de líquidos, guarda la cámara en el bolso tamaño familiar que carga a todas partes y se dispone a comprar el almuerzo de tres mil que logra conseguir con lo que se ha ganado.
Terminado el plato del día, se seca con una servilleta la sudorosa cara, se detiene por momentos a mirar sus manos arrugadas, termina la bebida y se dirige hacia la nevera, saca la peinilla, se organiza el escaso cabello que le queda mirándose en el reflejo que da en el vidrio, viendo su figura delgada y desdeñada recuerda su época dorada, su feliz matrimonio del que le quedan dos hijos y que se acabó hace algunos años, de los atardeceres pasados, de su paso fugaz como extra en el cine y de su dura vida.
Vuelve a su quehacer, y cayendo la tarde va a comparar detrás del Museo de Antioquia el tinto de ciento cincuenta que vende un joven en pequeños vasos desechables… un poco más tarde cuando el cansancio es insoportable, y cree que su clientela tardará algunos minutos en aparecer se dirige hacia la Avenida Oriental, en un lugar oscuro al la luz del día a comprar marihuana, porque afirma que sin eso no podría vivir con lo dura que ha sido su vida, en ocasiones la fuma de inmediato, pero en este momento no lo hace y espera a estar en la intimidad de su “hogar”.
Advierte que este será un atardecer especial para fotografiar, pero que seguro estará tan cansado que no tendrá ánimo sino para contemplarlo.
Regresa y entrega unas últimas fotografías que había convenido para la tarde; y siendo más o menos las seis se despide de los compañeros, con los que tiene una buena relación laboral, porque los demás no lo quieren porque tiene más clientela que ellos. Se va caminando casi siete cuadras para abordar el bus que lo deja en Belén Altavista, le hace señas al conductor que abre la puerta de atrás y él se monta, se sienta y prende un cigarrillo que saca por la ventanilla porque es conciente que no debe incomodar a los demás.
Se baja en una de las urbanizaciones más bonitas del sector y empieza a subir la loma, son aproximadamente diez cuadras, y llega a una casa casi caída, sin luz, porque no ha tenido plata para pagar los servicios, en este lugar tiene cajas llenas de fotos y de recuerdos.
Vive solo y su compañero es un televisor que por obvias razones ni puede ni prender, se tira entonces en la cama, prende una vela que permanecerá encendida hasta que se acabe, y se tira a la cama así, con ropa y todo, con el sombrero a un lado y un termo con tinto tibio que no le puede faltar. Talvez a descansar, o fumar marihuana, o como sea, a desconectarse de este mundo que lo ha llenado de lástima por si mismo y de dolor.

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